Amé, amé hasta donde pude
Quise más, pero no dejaron:
La luz no llega a los abismos
Marché, marché hasta donde pude
Y quise más, pero los caminos
Se hicieron tan tortuosos que preferí volar
Y fui feliz, fui feliz volando
Mío fue el mar de antaño
Mía la brisa que sabe de cristales
Mías las oraciones que alejan los pesares
Míos los sermones que apaciguan los rebaños
Feliz para siempre: libertad infinita. Atrás quedaron paredes y barrotes. Atrás la bella jaula que me fabricaron, cariñosamente acaso, buscando aprisionarme por bocados miserables. Atrás y para siempre.
¿Sabe el violín qué triste es cuando habla
Al unívoco compás de la dulce mandolina?
¿Saben los montes del frío, las nubes del viento,
Las almas de las procesiones, los ángeles de las catedrales?
¿Supo Nietzsche de Dios, después de muerto? ¿Halló Platón lo que esperaba? (Y en este caso, ¿qué esperaba?, ¿qué o quiénes lo esperaban?)
Amplio, macizo castillo, mi morada
Gélido cantar junto a la hierba
Mi corazón es mi palacio
Un tesoro apenas sospechado
Feliz, feliz volando
Aquí no existen las horas, ni los contratiempos
No existe el gris, no existe la premura,
No existen muertos, balas ni afrentas
Por eso, en la Palabra, soy Palabra
Palabra Liberada
Feliz, feliz, feliz
Halcón incandescente
Nación y mundo y astro
Feliz, feliz volando.
David Alberto Campos V, Liberación de la Palabra, 2008
miércoles, 28 de mayo de 2008
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