jueves, 29 de mayo de 2008

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VOX DEI

I

Ella trabaja todo el día. Trabaja, trabaja, trabaja. Pasa el tiempo, y envejece, y sigue siendo la misma campesina, buena mujer. Ella no sabe de muertos, ni de elecciones. Ella sólo reza el padrenuestro, alimenta las gallinas, desayuna apenas, y trabaja. En su cabello entrecano se vislumbra una viudez prematura, una vida parca, un atardecer tras otro arreglando la sala (aunque nadie la visita).

II

Ayer mató a otro. Ya es diestro en el oficio. Certero. Ésa es la palabra. Hace dos años, cuando todavía le temblaba la mano y evitaba la mirada de la víctima, se confesaba con el padre C. Pero después de matarlo entendió que su crimen era inconfesable, al menos dentro de una iglesia. Por eso se confiesa con todas las camareras que encuentra a su paso. Les muestra el revólver y sus ojos casi lloran, sus labios se mueven pesada, quedamente. Ellas entienden y le sirven la cerveza, sintiendo algo de lástima. Algunas entienden distinto, y lo llevan a la cama. Pero él no olvida. Y anda siempre con temor, con la cabeza gacha, dando pasitos rápidos y cortos: porque nadie olvida. Esta noche, ebrio ya y a tientas, buscará los glúteos de su salvadora. Besará una boca suave, como llovizna de mayo. Desnudará una niña trémula, aún virgen, que gozará el momento de otra forma. Se abrirá la puerta de súbito, verá un muchacho enclenque aparecer en la penumbra...verá su cara en la tenue luz del fogonazo. Se arrastrará herido, buscando asir los muslos, el sexo de la jovencita. Y ella sacará el cuchillo del escondite, tomará su cabeza como se agarra la de los corderos, y hará brotar sangre de su cuello. Esta noche el asesino entenderá la venganza de los huérfanos.

III

El panadero es un buen hombre, eso dicen sus vecinos. Claro que llegó a robar cuando era funcionario. También golpeó a su primera esposa. Incluso votó por el senador G., pecado impensable para tan buen cristiano. Pero eso es el pasado. Ahora, cuando ya le duelen las rodillas y una angina lo saluda cada mes, asiste temprano al culto. Es amigo del pastor, y canta, canta con mucho entusiasmo. Grita "¡Aleluya!" con voz de trueno. Lo del diezmo le duele a veces, pero “a Dios lo que es de Dios”. Además, su Dios bondadoso le permite echarle al pan más levadura, reducir el tamaño de la masa, alterar los precios de vez en cuando. El panadero amasa y piensa, amasa y reza, amasa y se pierde entre recuerdos, y llora un poquito, y pide perdón a su manera.

IV

El padre M remplaza al padre C, muerto hace unos meses mientras oficiaba la misa de Pascua. M supo leer a San Pablo y a Gaitán con la misma devoción, por eso los sermones le salen tan elocuentes, tan politizados. Tiene una hermosa voz, y la usa al máximo, hasta que queda ronco y satisfecho por las almas conquistadas, aunque el médico le haga feas advertencias. Lástima que no sea alcalde, piensan algunos feligreses.

V

L no es una santa, y lo asume. Aunque el padre M, su amigo, la reprende a veces, ella no cambia: con camándulas no se quita el hambre. Tampoco es que le guste lo que hace, por eso manda a su hijo a la escuela, esperando que llegue lejos, que pueda trabajar y sacarla, mejor dicho, salvarla de ese pueblo. Llegada la noche, toma una ducha y reza el padrenuestro con su pequeño. El niño duerme, ella busca el vestido apropiado (no tiene mucho qué escoger, pero se toma su tiempo: por algo es la diva), y sale. Un adolescente melancólico y próspero es su fantasía, pero casi siempre resulta algún viejo sucio, algún comerciante si es que tiene suerte. En ocasiones, a medianoche, cuando el médico concluye su lectura, escucha el grito final de alguno de sus clientes. Ella nunca grita. Ella sufre en silencio.

VI

El pueblo. Un largo camino, largo como el pesar y la nostalgia, por el que sólo se puede caminar por un costado: así se evitan las ocasionales balas insurgentes, siempre dispuestas a crear noticias. Por el otro lado, el que queda junto a la Estación de Policía, solamente van los niños: ellos son intocables. Aunque a veces, a veces cae una criatura, con el pecho abierto, en medio del griterío. Suena la ranchera, relincha el caballo.

VII

Tabernas, cafetales. J los conoce “como la palma de su mano”, y se enorgullece de ello. Trabaja como bestia de lunes a sábado, “partiéndose el espinazo”. El domingo es su “desquite”: deja de ser el sumiso y lerdo J: se vuelve el patán, imprudente y lerdo J. Su madre reza para “hacerlo dejar el vicio”, pero como su nuera dice, “no por mucho madrugar amanece más temprano”. Él sabe que “el que a la tienda va y viene, a dos familias sostiene”, pero no le importa, y lo hace con gusto: si puede “darle una manito al vecino”, mejor. Así que compra empanadas y chorizo, contribuyendo al bienestar de la familia del tendero, y llega a la taberna. Allí, entre amigos y enemigos, “levanta el brazo” como gimnasta, junta botellas como fichas un ajedrecista, y se ríe de los que caen al suelo como malos boxeadores. El café le ha enseñado a ser generoso: por eso a veces pierde uno que otro billete, y se consuela pensando: “no hay mal que por bien no venga”. A veces le da “la pálida” de tanto trago que se empina, otras se pone contento y canta, confirmando que sigue siendo el rey, sabrá Dios de qué reino.

VIII

La niña S, medio zonza de nacimiento según la madre, es la preferida de los policías. De azules ojos y andar de matrona, de senos como volcanes, piensa el cabo, que alguna vez leyó a Neruda y ahora llega a salivar con el cráter, mientras le acaricia la barbilla y piensa en quién sabe qué cosas. Sus subalternos son mucho más pragmáticos: corroboran con sus propios sentidos las prominencias, los declives, las carnosidades de la muchachita. Hubo un juez que denunció el hecho, y lo silenciaron. Por eso la gente del pueblo se hace la desentendida, y apenas tuerce la mirada cuando S, rascándose la entrepierna, sale de la Estación.

IX

Cansado, abatido por los años, el viejo artesano mata el tiempo (y el Tiempo lo mata a él, poco a poco) fabricando canastos. Es bueno en su oficio, y le sonríe a la vida: sonríe con los escasos dientes que le quedan. A veces siente nostalgia, y piensa en la buena mujer que enterró hace un año. Su sobrino, J, el experto en cafetales y tabernas, lo invita a veces a tomar guarapo.

X

El profesor sabe su batalla perdida de antemano. Cada mañana, cuando el clima y el agua de la ducha le empeoran la rinitis, aterido y débil baja a tomar el desayuno, y planea la jornada mientras come. Los estudiantes son ingratos, desprecian su sabiduría y se ríen de su bondad. El profe acepta su trabajo, soñando que acaso no sea en vano. Por eso, mientras espera que el chocolate caliente le de un poquito de fuerza para aguantar otro día, imagina cada frase, cada gesto con que habrá de motivar a sus pupilos.

XI

S, la chismosa, termina la tertulia con aires de victoria. Ha despotricado y calumniado lo suficiente como para darse por satisfecha. Así lo ha hecho siempre, desde que tiene memoria. Su lengua es temida, y con razón: se puede decir que sus palabras cargadas de veneno le han labrado una especie de altar entre el populacho. Aunque el panadero diga que su actuar es diabólico, ella “saca pecho” por su obra. A veces dice que tiene más poder que el alcalde, y puede que tenga razón: ella determina qué pareja está de moda, hace la diferencia entre un “caballero alegre” y un “viejo mujeriego”, sentencia si el diagnóstico del médico es atinado, retrata a cada transeúnte que pasa por su casa, y hasta llega a aventar a quien ha hecho algún comentario político “inapropiado”. Es tanta su influencia, que antes de acribillar a alguien los matones le piden su opinión: todo en aras de mantener el “juego limpio”, dicen, aunque la cosa parece ser parcializada, pues no suelen ser acribillados sus amigos. Bueno, volviendo al cuento, S despide a sus comadres a eso de las ocho de la noche, se toma un vaso de leche con panela y se dispone a empiyamarse: en ese instante, encuentra en el closet a una mujer bajita, un poquito entrada en carnes, que sin chistar le entierra un cuchillo de cocina buscando lacerarle hasta el alma. S cae y aunque quiere, no grita. S reconoce entonces a A, la viuda (sí, ella había aventado a su marido el mes pasado...también había hecho público el embarazo de su hija). S trata de rezar, pero se le traba la lengua. Al final, muere desangrada y con las tetas al aire, como gráficamente contará mañana su amiga íntima, R, heredera de su trono, a la masa de curiosos, siempre ávida de emociones. Lo que no dirá R es que vio salir a A de la casa de S como alma que llevaba el diablo, a eso de las ocho y cuarto. No, ella es mucho más prudente.


David Alberto Campos V, Liberación de la Palabra, 2008

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